Relatos antiguos. Por amor al comercio (homenaje a Esclarecidos)

En el parque

La amargura hecha jirones, los recuerdos, volutas de dolor, entre las cuchilladas de esa muerte, anunciada antes por su mente que por sus órganos, el hombre alarga el brazo indolente hacia la mesita de al lado, en la que reposa indiferente un vaso de cualquier licor barato que alguien puso ahí. No sabe cómo. No sabe por qué.



Abandonado, solo, hundido en medio de un reguero de desánimo, es un apátrida de los sentimientos. Se cimbrea con el peligro del abismo tortuoso de la enfermedad mental tocando continuamente a su puerta. Persistente. Implacable. Tenaz.




No hay nada más paciente que la locura.

“El dolor de cabeza que me protege cada noche,
que me nubla la vista y me quita las ganas de beber,
de beber fantasías y recuerdos excitantes,
y nada más excitante que trabajar en tus caricias”

Palabras desafiantes se ciernen a su alrededor, como quebrantahuesos, esperando su rapiña. Las quiere recoger del aire, con torpes, infructuosos, infantiles, manotazos mentales. Para explicarse a sí mismo. Para explicarlo –por fin- todo. Llegó, hace ya mucho tiempo a una conclusión: no sabe nada … No sabe si quiere saber, pero insiste. En su cotidianeidad, en la ruleta continua a la que somete a su cuerpo y su mente desde siempre, no hay sueño que no sea pesadilla, y no hay noche sin sueño, que no acabe en dolor.

Sigue siendo su primer y último pensamiento el que siempre le dedica. Inaugura trayectos de dolor, y los posterga cada noche, ya de madrugada, cuando el sueño se hace dueño de su tragedia. Una jornada y otra jornada se parecen entre sí como dos gotas de sangre.

Antes, en un antes que ya no se ve, entre una baraja de artificios, en un lugar que ya no sabe encontrar, entre millones de negativas, no fue así. El me lo dice cada día con su mirada, que alguien interpretó como tranquila, y que no es más que una mirada que ya no quiere mirar.

Lo sabe, sabe cómo era y no sabe olvidarlo

Estuvo la vida, siempre me lo cuenta, cada vez que me cruzo con él y su mirada que ya no mira. Estuvo la vida. Separando con el leve tacto del tiempo toneladas de carbón. Haciendo salir el sol cada día. Estuvo la vida, regalándole palabras que nunca sospechó, enseñándole texturas emocionales que jamás han vuelto a existir.

Lo sabe, sabe que estuvo y no puede olvidarlo

“De palabras tabaco, teléfono y alcohol,
alcohol que me han prohibido mil veces en un mes,
un mes en el que te has olvidado de que existo
y más que existir lo que hago es campar por ahí”

Cuando mira a lo que debería ser “delante”, la ve. Pero ya no es delante, es nunca. El tiempo no existe más. Su alma aprieta los puños con fuerza y no quiere... Y no quiere nada.

No hay nada más paciente que la locura. La locura es tranquila, perezosa, piensa.

Se deja atontar por los cacareos de esas personas que –por falta de costumbre, y por falta decosas que decir-  acusan un marcado desentreno en la vocalización. Está inmerso en ellos. Es el mantra insostenible de la religión del delirio navideño. Los cuerpos grises se exaltan, las pieles macilentas se vuelven rosadas, los ojos mortecinos se vuelven brillantes, las miradas perdidas encuentran ahora el norte.

Siente sus células, casi una por una, torpemente entumecidas, desorientadas, lentas. Ahora no se quiere ni morir. Una patada vital, un puñetazo en el corazón cada minuto. Nadie sabe. Nadie sabe. Es Navidad, piensa, y seguro que cientos, miles, de personas quieren morir ahora mismo, y no saben. Y seguro que cientos están muriendo, sin haber tenido tiempo, quizás, de dar su primer beso de amor, de susurrar su primer “te quiero”, de acariciar a su madre, de darle un abrazo a su padre, de desearle Feliz Navidad a alguien…

…de conocer siquiera la Navidad.

No sabe nada … No sabe si quiere saber, pero insiste, torpe, fantasmagórico, tropezando con segundos muertos que se mueven como zombis dentro de sus recuerdos. No hay nada …

Ahí, delante, a su alrededor, está ella, la vida …… Y sin embargo, ya no está …

Todo le es indiferente. Apura su trago de licor sin nombre, como él. Ya no existe. No tiene más nombre que el que le pusieron y después le arrebataron. La vida se ha ido, y él sigue ahí …

“Por amor al comercio
voy a cruzar ese puente,
por amor al comercio
voy a cuidar ese dolor.”



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