PRÓLOGO
¿Te
imaginas que tus amigos pudieran
llevarte más allá de tus propias
capacidades y sacasen de ti ese “vate” que llevas dentro y que desconocías hasta
donde podías llegar? Pues eso han
conseguido estos cuatro magníficos entre ellos mismos. Han sido capaces de
crear un estilo que me atreveré a llamarlo “Relato
a cuatro manos” en el que, si bien dentro de la historia de la literatura,
el cine y la pintura ya se han publicado libros, películas y cuadros realizados
por más de un autor, las formas y
fórmulas de dar vida a los personajes de esta historia que podrás disfrutar,
vienen sin ningún guión preestablecido ni idea preconcebida, donde uno comienza
donde otro acaba. Es un happening literario, una performance art de las letras con un resultado que tu mismo podrás
experimentar.
Cuatro
cabezas, una historia. ¿serías capaz de distinguir quien es quien en cada
momento y donde empieza y acaba cada uno de ellos?
Probablemente
te encuentres ante el primer “Relato a cuatro
manos” de tu vida, así que sin más preámbulos, te invito a que también seas
de los primeros que goces, en castellano o valenciano, de unos 10 minutos de esta nueva experiencia
como lo he hecho yo.
Fernando
J.
Salud
EL HOGAR DE LAS MADRES
El tímido cantar del jilguero fue suficiente para hacer que
despertara. Siempre ha tenido el sueño ligero. Demasiado ligero para su gusto.
Cualquier mínimo movimiento a su alrededor la hacía despertar, lo cual le
provocaba cierto enfado. Aunque ella no se cataloga como una dormilona, le
gusta aprovechar sus ratos de descanso. Pero no puede, tiene el sueño ligero y
le molesta. Tampoco reconoce tener un mal despertar, y quizá no lo tendría si
sólo se despertara una vez al día. Pero eso era una utopía desde hacía años, y
más aún estos últimos días. El día empezaba a hacer su aparición, modesta y
tímida, a través de los tableros que tapaban todas las ventanas de la casa. La
luz era tenue, pero sus ojos estaba ya demasiado acostumbrados a la penumbra y
podía controlar perfectamente cada rincón de cada estancia de la casa. Una casa
grande, de dos plantas y con un sótano, a la que la escasez de muebles la hacía
parecer mucho mayor. Pese a ser una casa vieja y abandonada desde hacía años,
se mantenía firme, sin atisbos de vejez.
Algo que no ocurría con su
ocupante. Los años, la pena, incluso la falta de un sueño reparador, habían
cincelado en su rostro un paisaje que hablaba de tiempos remotos y vivencias
traumáticas. De decisiones equivocadas y de sus consecuencias. De nostalgia y
remordimiento. De dolor. Inmenso e intenso dolor. Y ahora, que había regresado
a la casa en la que pasó su niñez, la casa paterna, cerrada precisamente tras
la muerte de sus padres, sentía de nuevo en su memoria esa punzada hiriente de
los errores cometidos que volvían al presente para mostrar cuan paradójica
podía ser la vida.
Durante todo el tiempo que lograba
recordar, había dos hombres con una presencia continua en su vida. Uno, el
hombre al que había amado desde muy joven y al que no había podido tener y
otro, con el que se había casado y por el que nunca consiguió llegar a sentir
nada más intenso que la simpatía. Ahora, ambos hombres volvían a reunirse en su
vida y se convertían en la causa de su huida. Su marido, su compañero, había aparecido
asesinado en la habitación de un hotel próximo a su domicilio. La policía
trabajaba en la hipótesis de un ajuste de cuentas, pero ella sabía de sobra
quién era el culpable y que el ajuste no había sido de cuentas. El otro, el
amor de su vida, había estado en el hotel y había decidido poner, por fin, las
cosas en su sitio
Esa idea, la idea de que su hombre regresara alguna vez, le
reconcomía cada minuto, cada segundo, durante todos estos años. En realidad,
siempre lo esperó, siempre. A pesar de que falleciera poco después de su
matrimonio, víctima de un desdichado accidente (eufemismo usado desde siempre
por las familias burguesas para referirse al suicidio). Ella había estado en su
funeral. Ella había visto el cadáver. Ella fue testigo de su incineración… Y,
sin embargo, cada día, cada minuto, cada segundo, desde aquél momento, había
estado esperando su vuelta. Por imposible que fuera. Aun a costa de caminar
continuamente al borde de la locura, ella siempre esperó su regreso. Y el
momento había llegado.
Ahora se sentía culpable. Quizás ella lo había
sacado de entre los muertos, quizás ella lo había invocado con el pensamiento
días tras día, minuto tras minutos, instante tras instante. Quizás sin saber, o
sin querer, había ensayado algún conjuro en las noches de insomnio, en el breve
espacio entre la vigilia y el sueño, y los pensamientos inconexos se habían
transformado en un conjuro mágico o en un ruego esotérico. Quizás su madre
tenia razón y los poderes saltaban una generación. Ahora resultaba que las historias de la abuela no eran una alucinación senil
o una estrategia de mamá para controlar sus impulsos infantiles. Ahora
resultaba que no podía dormir porque su instinto la llevaba a danzar alrededor
de un fuego, o a volar con una escoba de cáñamo, o a levitar sobre el presente
y el futuro para modificar su orden natural. Y ahora, en esta oscuridad, un
hilo de luz le quemaba la retina, la descubría. Escondida de la policía,
escondida del mundo, la casa de los padres, se convertía en un útero materno,
un lugar donde desaparecer y recuperar la paz de la inocencia insconsciente. Un
lugar para retroceder hasta el origen y la inexistencia. Pero no, debía marcar
un plan, una línea esotérica para deshacer el daño o rehacer la realidad. Pero,
¿realmente era eso lo que quería?
Estaba descubriendo que
jugar con la magia no era tan buena idea. Podía parecerlo, el hecho de tenir a tu disposición, bajo el yugo de tu poder, a un espíritu, a un demonio o a cualquier
otro ser de ultratomba sonava bien. Pero la realidad era bien distinta. Ese poder te iba acercando más a las sombras. Adentrándote en oscuros parajes de la mística. Parajes que
la mayoría de la gente piensa que son fruto de la fantasía, de la literatura, y
que, en el fondo es mejor que sigan pensando de ese modo. Pero ella había
indagado, había resucitado el arte de sus ancestros, y el resultado estaba
siendo catastrófico. Se le estaba escapando de las manos, cual puñados de agua.
Un sonido en la azotea. Seguramente, el viento golpeando las
contraventanas. Normal en una casa
antigua en la que nada encaja en su sitio.
Pero contribuye a aumentar su nerviosismo. Se levanta para asegurar los
cierres, pero no es capaz de moverse. Juraría haber visto la sombra de una
sombra cruzar el salón tras ella. No se atreve a mirar. Tampoco a moverse. Sin
embargo, el silencio vuelve a instalarse en la casa tranquilizándola algo,
aunque no lo suficiente como para intentar subir a la azotea. Deja pasar unos
minutos como siglos en los que nada ocurre y vuelve a sentarse en el sillón .
El único ruido que se escucha ahora, que lo llena todo, son los latidos de su
corazón. Un corazón que se dispara
cuando un relámpago ilumina la habitación y le deja ver una figura humana a
pocos metros de ella. Se le escapa un grito, o eso cree ella, porque ningún
sonido sale de su boca. Intenta correr, pero no es capaz ni de ponerse de pie.
Otro relámpago y ya no hay dudas. El amor de su vida está en la habitación, de
pie frente a ella, pareciendo esperar su abrazo.
Como si de un sueño se tratase, escucha sus palabras como
sonarían dentro de un bote lleno de gelatina, en un tono que reconoce, con una
cadencia que le es ajena, con una extraña parsimonia.
“¿Qué quieres de mí?...¿Quién eres? ¿Qué eres?”
La última pregunta es más un pensamiento que una pregunta.
Una pregunta callada. Aquella situación, aquel cúmulo de acontecimientos, no
demasiado claros, de razonamientos tal vez equivocados, de sensaciones extrañas…¿Qué
eres? Se volvió a preguntar ante la figura que –ahora más claramente- la miraba
con tranquilidad, con una mirada afable, cariñosa, tierna, y serena.
“María, no temas, nada malo va a pasarte”. Escuchó la voz,
que podría ser de aquello, pero los
labios no se movieron, ni el gesto se alteró en absoluto. La voz, simplemente,
sonó. Suave. Tranquilizadora. Sin embargo, a ella se le agolpaban los
pensamientos. Y cuanto más se concentraba, cuanto más se asustaba, cuanto más
razonamientos ilógicos, o lógicos, o
estrambóticos, barajaba, aquello
parecía desdibujarse, como cuando una televisión pierde momentáneamente la
señal, para volverla a recuperar.
Comprendió, entonces, que el sortilegio, ese que había estado creando
tan minuciosa como inconscientemente, tenía entidad propia. Formaba, en cierto
modo parte de ella, todavía. Sin
embargo, de algún modo incomprensible, supo que ya no era capaz de
controlarlo. Aquello no era Juan, su amor eterno. Nunca lo fue. Y no sabía,
mejor, no conocía, qué hacer ahora.
Él, o aquello que fuera él, seguía mirándola, tranquilo,
sereno, afable. Un cuchillo de grandes dimensiones –ahora podía verlo- en su
mano derecha, reflejó por un momento, la luz de la luna que se había abierto
paso entre las nubes de tormenta. Un reflejo de sangre y plata.
María se estremeció, en silencio, quieta, intentando
aparentar ante aquello, ante ella misma, ante lo que fuera, tranquilidad. Debía
actuar, y tendría que ser ya.
De repente, la voz de la yaya Berta sonó en su
cabeza: “No todo es lo que parece, yo soy Liberta, pero un indigno señor bajito
me obligó a disimular mi nombre”. Parecía ridículo aquel pensamiento cuando
todo indicaba una muerte casi inminente a manos del que nunca fue el amor de su
vida. Un ser mezquino y cobarde que no pudo soportar su indignidad, su traición
y huyó al mundo de los muertos.
La voz de la yaya volvía a su cabeza: “Tú
tienes el poder, no lo olvides, tu siempre tendrás el poder”. Bueno, eso
parecía más útil..., pero, ¿el poder de qué? Y lo que era más importante,
¿cómo?
El pensamiento, más rápido que la velocidad de
la luz, hervía, brotaba. Ahora aparecía Consu, en los tiempos en que llevaba la
Secretaría de la Mujer, hablando sobre el empoderamiento y aquellas
jornadas tan interesantes con prestigiosas y valientes damas luchadoras.
Alzó la voz más fuerte. Tenía detrás,
respaldándola, siglos de historia de mujeres-brujas, de brujas-mujeres... “Sé
quién eres, y lo más importante, sé quién no eres. ¿Qué quieres? Un trueno sonó
estrepitosamente, subrayando su pregunta. Fuera llovía a cántaros. “Soy tu amor,
no debes temer nada. Me dejaste hace años y he sabido perdonar. Ahora estaremos
juntos por toda la eternidad, ya nadie nos separa, ya nadie nos hará
daño”.María llevaba años sintiéndose culpable y adornando la verdad con un
cuento de hadas, cuando, realmente, lo que había allí, en el centro, era un ser
sin importancia, sin valor, una fachada brillante de una casa en ruinas. Encendida
en llamas gritó: “¡Mentiroso, cobarde!¡Nunca me quisiste, nunca estuviste por
mi!¡Egoísta, fantasma!(eso era evidente, pensó en un golpe de humor). Me
hiciste creer que la culpa de tu muerte era mía. Tú me dejaste, me torturaste
dejándome una y otra vez, haciéndome creer que no te merecía. Ese era tu plan,
dominarme en vida y morir para dominarme desde el más allá. Todo porque sabías
que ya no había vuelta atrás y por fin había encontrado las fuerzas para
librarme de ti. Sabías, por Berta, de mi conexión con los muertos y has estado
maltratándome física y psicológicamente en sueños. Pero no, ahora sé la verdad,
ahora no me puedes hacer daño, porque nada es lo que parece y yo tengo el
poder.
María proyectó las manos hacia delante,
abiertas, mostrando unos dedos fuertes y largos. Una luz turbia parecía salir
de las largas uñas. La habitación se iluminó y con una fuerza desconocida
pronunció: “NO ERES NADIE. NO TIENES PODER SOBRE MÍ. HUNDETE EN LAS TINIEBLAS
DE DONDE VIENES Y VUELVE A SUICIDARTE, DÍA TRAS DÍA, POR TODA LA ETERNIDAD”.Con
cierto desdén lanzó las manos hacia la izquierda, como quién borra un
pensamiento. La oscuridad volvió a la habitación. Y el silencio, el silencio,
se volvió música.
Todo había acabado, por fin la Paz. La paz de
saber que empezaba una nueva vida y nunca, nunca, nunca nadie le volvería a
hacer daño.
PRÒLEG
T’imagines que els teus amics pogueren dur-te més enllà
de les teues capacitats i traguessen de tu aqueix “vat” que dus dins i que
desconeixies fins on podies aplegar? Doncs això han aconseguit aquests quatre
magnífics d’entre ells. Han sigut capaços de crear un estil que m’agosararé a
nomenar-lo “Relat a quatre mans” on, si bé dins de la història de la
literatura, el cinema, i la pintura ja s’han publicat llibres, pel·lícules i
quadres fets per més d’un autor, les formes i fórmules de donar vida als personatges
d’aquesta història que podràs gaudir, ve sense cap guió preestablert ni idea
preconcebuda, on un comença just on altre acaba. És un happening literari, una
performance art de les lletres amb un resultat que tu mateix podràs
experimentar.
Quatre caps, una història. Series capaç de distingir qui
és qui en cada moment i on comença i acaba cadascú? Probablement et trobes
davant del primer “Relat a quatre mans” de la teua vida, així que sense més
preàmbuls, et convide a que sigues dels primers que gaudeixes, en castellà o
valencià, d’uns 10 minuts d’aquesta nova experiència
com he fet jo.
Fernando J.
Salut.
LA LLAR DE LES MARES
El cant
tímid de la cagarnera va ser prou per a fer que despertara. Sempre ha tingut el
son lleuger. Massa lleuger per al seu gust. Qualsevol mínim moviment al seu
voltant la feia despertar, la qual cosa li provocava un cert enuig. Encara que
ella no es cataloga com una dormilega, li agrada aprofitar els seus moments de
descans. Però no pot, té el son lleuger i li molesta. Tampoc reconeix tindre un
mal despertar, i potser no ho tindria si només es despertara una vegada al dia.
Però això era una utopia des de feia anys, i més encara aquests últims dies. El
dia començava a fer aparició, modesta i tímida, a través dels taulers que
tapaven totes les finestres de la casa. La llum era tènue, però els ulls
estaven ja massa acostumats a la penombra i podia controlar perfectament cada
racó de cada estada de la casa. Una casa gran, de dos plantes i amb un
soterrani, a la que l'escassetat de mobles la feia paréixer molt més gran.
Malgrat ser una casa vella i abandonada des de feia molts anys es mantenia
ferma, sense indicis de vellesa.
Cosa que no
ocorria amb el seu ocupant. Els anys, la pena, fins i tot la falta d'un son
reparador, havien cisellat en el rostre un paisatge que parlava de temps remots
i vivències traumàtiques. De decisions equivocades i de les seues conseqüències.
De nostàlgia i remordiment. De dolor. Immens i intens dolor. I ara, que havia
tornat a la casa en què va passar la seua infància, la casa paterna, tancada
precisament després de la mort dels seus pares, sentia novament en la memòria
eixa punxada feridora dels errors comesos que tornaven al present per a mostrar
quant paradoxal podia ser la vida. Durant tot el temps que aconseguia recordar,
hi havia dos hòmens amb una presència contínua en la seua vida. U, l'home a qui
havia estimat des de molt jove i al que no havia pogut tindre i un altre, amb
qui s'havia casat i pel que mai va aconseguir arribar a sentir res més intens
que la simpatia. Ara, ambdós tornaven a reunir-se en la seua vida i es
convertien en la causa de la seua fugida. El seu marit, el seu company, havia
aparegut assassinat en l'habitació d'un hotel pròxim al seu domicili. La
policia treballava en la hipòtesi d'un ajust de comptes, però ella sabia de
sobra qui era el culpable i que l'ajust no havia sigut de comptes. L'altre,
l'amor de la seua vida, havia estat en l'hotel i havia decidit posar, per fi,
les coses en el seu lloc.
Eixa idea,
la idea que el seu home tornara alguna vegada, li consumia cada minut, cada
segon, durant tots aquests anys. En realitat, sempre ho va esperar, sempre.
Malgrat que morira poc després del seu matrimoni, víctima d'un desgraciat
accident (eufemisme usat des de sempre per les famílies burgeses per a
referir-se al suïcidi) . Ella havia estat en el seu funeral. Ella havia vist el
cadàver. Ella va ser testimoni de la seu incineració... I, no obstant això,
cada dia, cada minut, cada segon, des d'aquell moment, havia estat esperant la
seua tornada. Per impossible que fóra. Fins i tot a costa de caminar
contínuament a la vora de la bogeria, ella sempre va esperar el seu retorn. I
el moment havia arribat.
Ara se
sentia culpable. Potser ella l'havia tret d'entre els morts, potser ella
l'havia invocat amb el pensament dia rere dia, minut rere minut, instant rere
instant. Potser sense saber, o sense voler, havia assajat un conjur en les nits
d'insomni, en l'espai que resta entre la vigília i el son, i els pensaments
inconnexos s'havien transformat en un conjur màgic o un preg esotèric. Potser
la mare tenia raó i els poders saltaven una generació. Ara resultava que les històries
de l'avia no eren una al·lucinació senil o una estratègia de mamà per controlar
els seus impulsos infantils. Ara resultava que no podia dormir perquè l'instint
la duia a dansar al voltant d'un foc, o a volar amb la granera de cànem, o a
levitar sobre el present i el futur per modificar el seu ordre natural. I ara,
en aquesta foscor, un fil de llum li cremava la retina, li descobria. Amagada
de la policia, amagada del món, la casa dels pares esdevenia un úter matern, un
lloc on desaparèixer i recuperar la pau de la innocència inconscient. Un espai
per retrocedir fins l'origen i la inexistència. Però no, havia de marcar un
pla, una línia esotèrica per desfer el mal o refer la realitat. Però, realment
era això el que volia?
Estava
descobrint que jugar amb la màgia no era tan bona idea. Podia paréixer-ho, el
fet de tenir a l'abast, davall el jou del teu poder, a un esperit, a un dimoni
o a qualsevol altre esser d'ultratomba sonava bé. Però la realitat era ben
distinta. Eixe poder t'anava acostant més a les ombres. Endinsant-te en foscos
paratges de la mística. Paratges que la majoria de la gent pensa que són fruit
de la fantasia, de la literatura, i que, en el fons és millor que continuen
pensant d'aquesta manera. Però ella havia indagat, havia ressuscitat l'art dels
seus avantpassats, i el resultat esdevenia catastròfic. Se li estava escapant
de les mans, qual grapats d'aigua.
Un so en el
terrat. Segurament, el vent colpejant les contrafinestres. Normal en una casa
antiga en què res encaixa en el seu lloc. Però contribuïx a augmentar el seu
nerviosisme. S'alça per a assegurar els tancaments, però no és capaç de
moure's. Juraria haver vist l'ombra d'una ombra creuar el saló després d'ella.
No s'atrevix a mirar. Tampoc a moure's. No obstant això, el silenci torna a
instal·lar-se en la casa tranquil·litzant-la una mica, encara que no el
suficient com per a intentar pujar al terrat. Deixa passar uns minuts com a
segles en què res ocorre i torna a assentar-se en la butaca. L'únic soroll que
s'escolta ara, que ho ompli tot, són els batecs del seu cor. Un cor que es
dispara quan un llampec il·lumina l'habitació i li deixa veure una figura
humana a pocs metres d'ella. Se li escapa un crit, o això creu ella, perquè cap
so ix de la seua boca. Intenta córrer, però no és capaç ni de posar-se de peu.
Un altre llampec i ja no hi ha dubtes. L'amor de la seua vida està en la
cambra, de peu enfront d'ella, i pareix esperar el seu abraç.
Com si d'un
somni es tractara, escolta les seues paraules com sonarien dins d'un pot ple de
gelatina, en un to que reconeix, amb una cadència que li és aliena, amb una
estranya parsimònia. "¿Què vols de mi?...¿Qui eres? Què eres?"
L'última pregunta és més un pensament que una pregunta. Una pregunta callada.
Aquella situació, aquell cúmul d'esdeveniments, no massa clars, de raonaments
tal vegada equivocats, de sensacions estranyes...¿Què eres? Es va tornar a
preguntar davant de la figura que -ara més clarament- la mirava amb
tranquil·litat, amb una mirada afable, afectuosa, tendra, i serena. "Maria,
no temes, gens roín ha de passar-te". Va escoltar la veu, que podria ser
d'allò, però els llavis no es van moure, ni el gest es va alterar en absolut.
La veu, simplement, va sonar. Suau. Tranquil·litzadora. No obstant això, a ella
se li amuntonaven els pensaments. I com més es concentrava, com més
s'espantava, com més raonaments il·lògics, o lògics, o estrambòtics, remenava,
allò pareixia desdibuixar-se, com quan una televisió perd momentàniament el
senyal, per a tornar-lo a recuperar. Va comprendre, llavors, que el sortilegi,
eixe que havia estat creant tan minuciosa com inconscientment, tenia entitat
pròpia. Formava, en certa manera part d'ella, encara. No obstant això, d'alguna
manera incomprensible, va saber que ja no era capaç de controlar-ho. Allò no
era Juan, el seu amor etern. Mai ho va ser. I no sabia, millor, no coneixia,
què fer ara. Ell, o allò que fóra ell, seguia mirant-la, tranquil, seré,
afable. Un ganivet de grans dimensions -ara podia veure-ho en la seua mà dreta,
va reflectir per un moment, la llum de la lluna que s'havia obert pas entre els
núvols de tempesta. Un reflex de sang i plata. Maria es va estremir, en
silenci, quieta, intentant aparençar davant d'allò, davant d'ella mateixa,
davant del que fóra, tranquil·litat. Havia d'actuar, i havia de ser ja.
De sobte, la
veu de la iaia Berta va sonar al seu cap: “No tot és el que sembla, jo soc
Lliberta, però un indigne senyor baixet em va obligar a dissimular el meu nom”.
Semblava ridícul aquell pensament quan tot indicava una mort quasi imminent a
mans del que mai va ser l'amor de la seua vida. Un ser mesquí i covard, que no
va poder suportar la seua indignitat, la seua traïdoria i va fugir al món dels
morts.
La veu de la
iaia tornava al seu cap: “Tu tens el poder, no ho oblides, tu sempre tindràs el
poder”. Bo, això semblava més útil.... però el poder de què, i el més
important, de com.
El
pensament, més ràpid que la velocitat de la llum, bullia, brollava. Ara
apareixia Consu, en els temps que duia la Secretaria de la Dona, xerrant sobre
“empoderament” i aquelles jornades tan interessants amb prestigioses i valentes dames lluitadores.
Va alçar la
veu més fort. Tenia darrere, recolzant-la, segles d'història de dones-bruixes,
de bruixes-dones... “Sé qui eres, i el més important, sé qui no eres. Que
vols?” Un tro va sonar estrepitós subratllant la seua pregunta. Fora plovia a
bots i barrals. “Soc el teu amor, res has de témer. Em deixares fa anys i he
sabut perdonar. Ara estarem junts per l'eternitat, ja ningú ens allunya, ja
ningú ens farà mal”. Maria portava anys sentint-se culpable i adornant la
veritat en un compte de fades, quan realment, al centre, hi havia un esser
sense importància, sense vàlua, una façana brillant d'una casa en runes. Encesa
en flames va escridassar: “Mentider, covard! Mai m'estimares, mai vas estar per
mi! Egoista, fantasma! (això era evident, va pensar en un cop d'humor) Em vas
fer creure que la culpa de la teua mort era meua. Tu em deixares, em torturares
deixant-me una i altra vegada, fent-me creure que no et mereixia. Aquest era el
teu plan, dominar-me en vida i morir per dominar-me des del més enllà. Tot
perquè sabies que ja no hi havia tornada i per fi havia trobat les forces per a
lliurar-me de tu. Sabies, per Berta, de la meua connexió amb els morts i has estat
anys maltractant-me física i psicològicament en somnis. Però no, ara sé la
veritat, ara no em pots fer més mal, perquè res és el que sembla i tinc el
poder.”
Maria va
projectar les mans cap a davant, obertes, mostrant uns dits forts i llargs. Una
llum tèrbola semblava eixir de les llargues ungles. La cambra es va il·luminar
i amb una força desconeguda va pronunciar: “NO ERES NINGÚ. NO TENS CAP PODER
SOBRE MI. ENFONSAT EN LES TENEBRES D'ON VENS I TORNA A SUÏCIDAR-TE, CADA DIA,
PER L'ETERNITAT”. Amb desdeny llançà les mans cap a l'esquerra, com qui esborra
un pensament. La foscor tornà a la cambra. I el silenci, el silenci, es va fer
música.
Tot havia
acabat, per fi la Pau. La pau de saber que començava una nova vida i mai, mai,
mai ningú li tornaria a fer mal.